Tengo la sensación de estar inmerso en una época trascendental, una época de cambios que se traducirá en la imposición de otro modelo social, económico y político diferente al de las últimas décadas.
De igual forma que cuando se establecía el sistema de protección social -el estado de bienestar- o cuando se producía la globalización y lo que suponía la caída del muro de Berlín y la desmembración de la Unión Soviética, ahora estamos viviendo un cambio de dirección de las tendencias a largo plazo.
Si alguna vez pensamos que nuestro sistema de democracia y nuestro estado de bienestar era para siempre, siento que cada vez más nos equivocamos y, que en poco tiempo, desaparecerán ambas. Poco antes de las crisis de 1929 y de 2008 tampoco se era consciente de los grandes problemas que se avecinaba. Tampoco se predijo la rápida caída de la Unión Soviética; pocos meses antes, pensar en ello parecía un absurdo.
Hoy damos por cierto y permanente en el tiempo que nuestros países tendrán un gobierno democrático. Creemos que habrá un sistema sanitario, y de enseñanza pública, que nos cuide cuando estemos enfermos y que eduque a nuestros hijos. Tenemos fe en que tendremos acceso a un sistema de pensiones que nos proporcionará recursos al jubilarnos.
Damos por segura la globalización y damos por hecho que las grandes empresas están y estarán reguladas en mayor o menor medida por las leyes, pero después de tres décadas vemos como los tratados comerciales no son equitativos, que no todos juegan con las mismas reglas. Mientras en unos países se respetan los derechos laborales y salarios dignos, en otros la explotación laboral permite abaratar los productos y servicios estableciendo una competencia desleal para las compañías de los países desarrollados. Las empresas que pueden, mudan sus plantas productivas a países en desarrollo mientras el resto sucumbe o reduce salarios y derechos para sobrevivir.
Vemos surgir líderes populistas, que enmarcados en partidos políticos de extrema derecha aprovechan el descontento social para obtener un amplio respaldo parlamentario, como el Frente Nacional en Francia, la Liga Norte en Italia, Trump y el right wind de los Republicanos en Estados Unidos, los ganadores del Brexit en Reino Unido, los derechistas austriacos, y los nacionalistas húngaros, polacos y ucranianos en general.
El país que impulsó la globalización, ahora con Trump en el timón, revisará -y eventualmente romperá- los acuerdos y tratados comerciales, elevando los aranceles y aumentando las barreras a la importación. Estas medidas, combinadas con el impacto del Brexit, pueden provocar una reacción en cadena en el resto de bloques comerciales que reviertan el fenómeno de la globalización comercial. El siguiente paso es limitar el movimiento de capitales especulativos y posteriormente controlar la inversión directa extranjera.
Creemos en la continuidad de un sistema impositivo proporcional que grava al que más tiene, con una finalidad redistributiva. Pero cada vez la imposición indirecta -el IVA, impuestos especiales y otros- gana un mayor peso en el sistema tributario consiguiendo que proporcionalmente pague más quien menos tiene, justo lo contrario de lo que se pretendía
Damos por descontado que en nuestros países la pobreza no es severa, y que en todo caso es transitoria, y que nunca traspasa generaciones. A pesar de esta creencia millones de personas no pueden calentar su hogar o alimentar correctamente a sus hijos, y pasa año tras año. También vemos que sin la ayuda de nuestros abuelos muchas familias no podrían salir adelante, y las nuevas generaciones ya no aspiran a tener un trabajo estable, una vivienda propia, ni a tener una pensión digna cuando se jubilen.
Desde hace décadas sabemos que el apoyo institucional a la ciencia se traduce en una forma de aumentar el conocimiento general. Y tenemos imbuido que la difusión de la cultura es fundamental como alimento espiritual. Sin embargo, estamos viendo la reducción de la financiación pública a los institutos científicos, la reducción de presupuesto a las Universidades -donde se produce una gran parte de la ciencia- y la consagración de la precariedad laboral para los investigadores que les impide tener una vida estable y que les fuerza a la migración a entidades privadas en otros países.
Las leyes de copyright, extendidas hasta el absurdo periodo de 80 o 90 años tras la muerte del autor, y la tendencia a considerar toda creación dentro del abrigo de dichas leyes hace que la cultura sea cara e inaccesible a la mayoría de la población, provocando un giro desde la cultura hacia el espectáculo.
Las libertades civiles están impresas en la Constitución y las creemos garantizadas por los jueces y tribunales. Por el contrario, las leyes que “desarrollan” los derechos se dedican a limitarlos en lugar de hacer más fácil su ejercicio. La ley mordaza impide seriamente el derecho de manifestación. Las leyes de protección al honor tratan de impedir la libertad de expresión. Otros derechos, como el derecho a la intimidad, y el derecho al secreto de las comunicaciones, es vulnerado de forma sistemática; los ciudadanos son objeto de vigilancia y control permanente por parte de agencias estatales con la excusa del terrorismo y la pedofilia. El ejercicio de la libertad de cátedra se ve coartado con medidas administrativas, que impulsan la autocensura, al igual que le ocurre al periodismo, monopolizado por grandes grupos empresariales.
Damos muchas cosas por sentadas, pero las señales de cambio están ahí, aparecen a cada rato, no pareciendo importantes si las consideramos de una forma aislada. Por el contrario, a vista de pájaro se puede apreciar cómo el barco cambia de rumbo, cómo cambian las tendencias.